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Percepciones sobre la primavera (III)

Domingo 14:50

La última víctima del invierno flota en la diminuta corriente del arroyo, a escasos centímetros de mi mano. La hoja seca debe haber muerto hace tiempo ya, cayendo inútil de alguno de los árboles desnudos que hay en el balneario de Salsipuedes. Con lentitud, se organiza el panorama en el cual la tarde nos dara cobijo y bienvenida. Un escenario, mucha gente jóven, y el sentimiento que la vida nos pasó de largo mientras ensayabamos planes abortados, nos va rodeando. Fede se lava las manos, enjuagandose la mayonesa de un sandwich, y asiente en silencio.

Che, espero que sean Ene 2 los metegoles que traigan.

Una cancha de fútbol que contiene a su par en miniatura es el desvelo que nos trajo hasta acá. Un pueblo serrano dormía mientras nosotros desandabamos una ruta vacía hacia sus calles, esquivando el olor a mierda de un frigorifico a la vera de un camino de tierra. Los obreros descansaban de la faena a la sombra del gran edificio por donde nace el mayor porcentaje de mi dieta básica. Con manchas de sangre a lo largo de la tela blanca, fuman tranquilos y sonríen, en sintonía con la alegría que en teoría llega sobre estos días. Es la única vez que voy a ver sus rostros, la única vez que las facciones duras que se esconden tras barbijos me llaman la atención. Son un suspiro de la vida diaria encuadrados en la ventana del Clio.

¿Qué tal el cumple de tu vieja?

Fede me cuenta, con paciencia, todos los desastres que pueden darse en una noche. Todos los problemas de sonido, con el catering, la bebida, las ideas locas de su madre, las puteadas de su novia, el sentimiento de cansancio y dejadez que implican llevar adelante los planes de los demás sin ayuda de nadie. Yo asiento y comparto mis propios temores, muchas veces reflejados en él. Nos hermana ese sentimiento de compartir más cosas de las que somos capaces de admitir.

Salsipuedes. Ahí llegamos después de un corto viaje en el cual vemos como el asfalto nuevo y reluciente del progreso empieza a ceder al paso del tránsito pesado de la rutina. No hay ganas de ensayar otros comentarios más que los típicos y nos dedicamos a conversar sobre nuestras expectativas para lo que queda del año. Ya llega la primavera y el tiempo empieza a volar sin que nos demos mucha cuenta de ello. En un momento estás en septiembre, dando vueltas por un barrio desconocido y al día momento siguiente contemplas el cielo maravillado por los fireworks de tus vecinos.

Así de normal. Así de implacable.

Una hoja, la última víctima del invierno, roza mi mano y sigue camino abajo a través del río. Las sierras poco a poco vuelven a poblarse de verde, de un aire cargado de alergias y buenas vibras. Hay una fibra intima que nos recorre a todos y despierta una alegría que va más allá de nuestra situación personal. No recuerdo haber tenido una primavera triste. Jamás. Le digo eso a Fede y el asiente hablándome, mientras se para observando como descargan los metegoles sobre la cancha de fútbol.

Tal vez porque en la primavera siempre nos renace la esperanza, bichi.

Suena tan gay y familiar que no tengo otra que reírme. Al fin y al cabo, a mi alrededor el mundo está conspirando para que la vida me sonría: El balneario poco a poco se llena de gente y ya algunos chicos se agrupan en torno a esa versión antigua y adictiva del Winning Eleven. Dejo que a la hoja se la lleve el agua hacía un lugar que no le importa a nadie y sigo a Fede rumbo a la cancha, ahí donde el invierno juega sus últimas fichas, sin ponerle precio a nuestras cabezas.

Categorías: Personal

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5 Comentarios

  1. Muy bueno como percibís la primavera, me encantó este post…y me dieron ganas de jugar al metegol.

  2. Muy buen post che! alto 3er puesto pegamos jaja. un abrazo

  3. Gracias, chicos… El metegol es bastante adictivo 😛 y sí, fede, alto tercer puesto ligamo’ 😀

  4. Habrá cuarta parte? quinta parte??

  5. De momento parece que no hay más partes…