Boliches

I.

Al fin, se dice el Güiner mentalmente, viéndose en el espejo y tratando de acomodar los últimos flecos rebeldes, mientras el celular suena sobre la pileta del baño. Llegó el finde, dice ella saliendo de la facultad con el bolsito cruzado y rebotandole alegremente en la cola, mientras baja riendo hacia el depto que pagan sus padres, conversando con sus amigas y pensando en OMG ESOS ZAPATOS DIVINOS QUE VOY A USAR ESTA NOCHE. Otra vez empieza la semana piensa algo triste el barman que tiene que costearse su casa y tal vez también la carrera de publicidad que está cursando en una universidad privada. El Dj (o musicalizador, en la mayoría de los casos) se arma de paciencia y pone a punto su arma secreta: La colección de singles de Pet Shop Boys en vinilo que recién llega importada de USA. Este finde, se dice, el Abasto arde.

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Listas

Últimamente la tecnología nos ha beneficiado mucho a nosotros, los de ahora en más denominados, típicos boludos de campeonato. Tocan nuestra música, reproducen nuestras películas, ojean con nosotros nuestros libros, arman nuestras listas. Y ya que estamos, inclusive tenemos un libro que vendría a ser como la cabecera de todos los libros que hablan sobre listas. Un libro que también es una gran película y que es la razón por la que me tomo el tiempo de pelotudear así. Eso, y el domingo más fuckin’ boring y resacado que he tenido en mucho tiempo.

Alta Fidelidad. No la traducción de Anagrama, sino la versión de Penguin. La «Jai Fideliti» de Nick Hornby que no viene con un dibujito pedorro arriba sino que tiene una foto cargada de grano en la portada y me espera para seguir leyéndola en la barra de inicio, oculta detrás del icono de un PDF. No porque quiera leerla en inglés, que me cuesta (y bastante), sino porque no conseguí la edición en español en PDF y gastar 120 pesos para leerla en papel no es una alternativa (hoy por hoy) viable. Ese es el libro que me dice «chst, Mati, vamos a ir por acá en estos días, robando un poquito a mano alzada para parecer que estamos ocupados».

Arranquemos, then. Bah, yo arranco. Y ustedes saquen sus propias conclusiones.

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Percepciones sobre la primavera (III)

Domingo 14:50

La última víctima del invierno flota en la diminuta corriente del arroyo, a escasos centímetros de mi mano. La hoja seca debe haber muerto hace tiempo ya, cayendo inútil de alguno de los árboles desnudos que hay en el balneario de Salsipuedes. Con lentitud, se organiza el panorama en el cual la tarde nos dara cobijo y bienvenida. Un escenario, mucha gente jóven, y el sentimiento que la vida nos pasó de largo mientras ensayabamos planes abortados, nos va rodeando. Fede se lava las manos, enjuagandose la mayonesa de un sandwich, y asiente en silencio.

Che, espero que sean Ene 2 los metegoles que traigan.

Una cancha de fútbol que contiene a su par en miniatura es el desvelo que nos trajo hasta acá. Un pueblo serrano dormía mientras nosotros desandabamos una ruta vacía hacia sus calles, esquivando el olor a mierda de un frigorifico a la vera de un camino de tierra. Los obreros descansaban de la faena a la sombra del gran edificio por donde nace el mayor porcentaje de mi dieta básica. Con manchas de sangre a lo largo de la tela blanca, fuman tranquilos y sonríen, en sintonía con la alegría que en teoría llega sobre estos días. Es la única vez que voy a ver sus rostros, la única vez que las facciones duras que se esconden tras barbijos me llaman la atención. Son un suspiro de la vida diaria encuadrados en la ventana del Clio.

¿Qué tal el cumple de tu vieja?

Fede me cuenta, con paciencia, todos los desastres que pueden darse en una noche. Todos los problemas de sonido, con el catering, la bebida, las ideas locas de su madre, las puteadas de su novia, el sentimiento de cansancio y dejadez que implican llevar adelante los planes de los demás sin ayuda de nadie. Yo asiento y comparto mis propios temores, muchas veces reflejados en él. Nos hermana ese sentimiento de compartir más cosas de las que somos capaces de admitir.

Salsipuedes. Ahí llegamos después de un corto viaje en el cual vemos como el asfalto nuevo y reluciente del progreso empieza a ceder al paso del tránsito pesado de la rutina. No hay ganas de ensayar otros comentarios más que los típicos y nos dedicamos a conversar sobre nuestras expectativas para lo que queda del año. Ya llega la primavera y el tiempo empieza a volar sin que nos demos mucha cuenta de ello. En un momento estás en septiembre, dando vueltas por un barrio desconocido y al día momento siguiente contemplas el cielo maravillado por los fireworks de tus vecinos.

Así de normal. Así de implacable.

Una hoja, la última víctima del invierno, roza mi mano y sigue camino abajo a través del río. Las sierras poco a poco vuelven a poblarse de verde, de un aire cargado de alergias y buenas vibras. Hay una fibra intima que nos recorre a todos y despierta una alegría que va más allá de nuestra situación personal. No recuerdo haber tenido una primavera triste. Jamás. Le digo eso a Fede y el asiente hablándome, mientras se para observando como descargan los metegoles sobre la cancha de fútbol.

Tal vez porque en la primavera siempre nos renace la esperanza, bichi.

Suena tan gay y familiar que no tengo otra que reírme. Al fin y al cabo, a mi alrededor el mundo está conspirando para que la vida me sonría: El balneario poco a poco se llena de gente y ya algunos chicos se agrupan en torno a esa versión antigua y adictiva del Winning Eleven. Dejo que a la hoja se la lleve el agua hacía un lugar que no le importa a nadie y sigo a Fede rumbo a la cancha, ahí donde el invierno juega sus últimas fichas, sin ponerle precio a nuestras cabezas.

Percepciones sobre la primavera (II)

Sábado, 23:50

Bajo corriendo del bondi y me meto en la cama a las apuradas, con el control en la mano y revoleando el celular encima de las colchas. Era esto o delirar Blade Runner en la pantalla grande. A mil kilometros o más de acá, a una eternidad de distancia, un estadio terminaba de vibrar y una multitud volvía a poner los pies sobre la tierra. Veo por la tele a Solari, bailando contento, mientras «Pedía siempre temas en la radio» suena con una calidad de mierda y un boludo anuncia que es el único tema que están autorizados a transmitir.

Nos pasamos la vida lamentando las oportunidades que dejamos pasar. Yo podría haber estado ahí, lejos de casa, saltando como salté en Jesús María, vibrando como sólo se vibra con «Jí, Jí, Jí» o coreando «El infierno está encantador esta noche«, pero decidí no hacerlo. Decidí tener una excusa para lamentarme y sonreír de costado, diciendo «Bueh, ya está, fue. Siempre tendremos la próxima vez». Y quedarme en Córdoba, ir al cumpleaños de mi tía y salir corriendo a tomar el colectivo para estar a horario en casa.

Los omnibus tienen esa mística extraña de cargarse de mujeres capaces de robarle el aliento hasta a los muertos. Por regla, tiene que haber al menos una mina que sea lo bastante linda como para hacer el viaje más ameno. Por supuesto que lo más probable es que va a ser la última vez que la veas en tu vida, pero por esa noche recordaras cada centimetro de mujer contenido apenas por esas ropas.

Dirección sur-norte, la ciudad es un difuso cuadro durmiendose en el horizonte a mis espaldas. Con los ojos cerrados, el «Centro», el Suquía, «Cerro de las Rosas», «Argüello» y toda la nomenclatura barrial se disuelve en la bateria de Keith Moon y el revoltijo mágico del shuffle. Ahora, The Who; después, Oasis; más tarde, Falco. Y así. Cada esquina trae consigo una canción como epígrafe inútil en una imagen con destino de delete en la memoria inmediata.

Hay cierta mística que empieza en la cofradía secreta de los choferes. Algo hay detrás de la corbata roja y la sonrisa que el pelado humilde te brinda junto a un boleto apenas subvencionado. Una pequeña odisea rutinaria se desarma en las avenidas transitadas y bacheadas de los suburbios de una Córdoba caótica, propio de los ruidos mezclados que suenan en las conversaciones a medias vía celular de tu compañero de asiento y en las canciones de cuarteto que llegan desde los asientos del fondo. Para mí, Still take you home habla de la chica esa que no es la gran cosa que está pagando el boleto, que se escapó de mi colegio siendo una nena y yo alguien que desperdiciaba sus tardes apostando  a que estas horas de ahora serían las mejores de su vida.

Acordate mañana del torneo de metegol.

Fede habla desde su propio infierno de medianoche. Yo cierro los ojos, los abro y ya estoy en la puerta de casa, con la tele prendida en la cabeza, disfrutando los pasos mágicos de una misa que nadie podrá negarme de ahora en más.

Percepciones sobre la primavera (I)

Sábado, 18:30

Sentado al lado de mi novia en el suelo yermo del parque, siento el roce suave del viento sobre un moretón cubierto de baba que tengo en la base del cuello. Un pequeño círculo de dientes quedaron apenas marcados, pero no duele ni nada. En algún punto dentro de mi cuerpo, un impulso eléctrico le dice a mi cerebro que libere endorfinas y me sienta feliz, realizado, mientras la saliva se seca y los labios de Agustina suben por mi cuello hacía mi boca. Falta aún para la primavera, pero se siente desde hace tiempo en el aire, al menos en Córdoba.

Ajenos a nosotros, enfrente unos bikers se debaten en unos saltos para ver y mostrar cuan habilidosos son a otros tipos tan jugados como ellos mismos. Saltan, cruzan la bici y aterrizan levantando una ínfima nube de polvo, o se caen y lanzan la bicicleta con bronca hacía unos arbustos, mientras renguean en su boca, puteando por lo bajo.

La concha de la lora.

Otro aterriza con una habilidad pasmosa, después de haber tirado un arriesgado tail whip, tan logrado que la BMX parece una extensión natural de su cuerpo. Otro juego de piernas hechas a medida de su locura. Alrededor de la pista, algunos aplauden y otros enmudecen de envidia. Uno desearía tener esa habilidad y lograr que todos los ojos se posen sobre uno, y estoy bastante seguro que el resto de los chicos agolpados en la pista piensan igual que yo.

Al lado de la pista, está el skatepark. Cultivados con paciencia y creciendo a la sombra de la clase media alta, los deportes under se han masificado bajo el cielo celeste de una Docta que alegra los sentidos desde mediados de agosto. Chicos con los pantalones por las rodillas, zapatillas anchas como las cubiertas de las pick ups de sus padres y las sabanas de sus camas como remeras, sudan y se pelan las rodillas junto a sus pares, al ritmo de los racks y las ruedas golpeando y sufriendo el asfalto del vert. Risas y puteadas algo calladas, para una muchedumbre colmada de flequillos y que parecen no entrar en todo el parque.

Agus me toma la mano y es en realidad lo único que me importa. El parque, los skaters, los bikers, los floggers, las parejas paseando el perro, los enfermos del ejercicio trotando, el cielo celeste apenas perlado de nubes, los empleados públicos armando el escenario, son cosas anecdóticas, anotadas en algún resquicio apartado de mi mente. Un pequeño cuadro retenido en la memoria, con retazos melódicos del reggeaton y el olor dulce de alguien fumando marihuana por ahí.

Agus me toma la mano y es lo único que me interesa, lo único que me trajo hasta aquí y es el disparador más fuerte de todas las emociones que empiezan a florecer. Cierro los ojos ahora, (¿cuanto tiempo después?), y la recuerdo perfectamente, con una remera roja y una campera blanca cerrada apenas sobre la panza, sentada al lado mío, con su cabeza apoyada en mi hombro y el perfume invitando a saborear su piel.

Mi mundo termina en ella, mientras afuera, en el parque, el sábado pasa para todos y las horas se suicidan inminentes en los relojes.

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