Otra Leyenda De Las Calles
Nuevamente estoy aquí ante ustedes para relatarles otro mito urbano cuya veracidad se considera imposible de verificar.
Pero lo que les contaré es lo que coincide en casi todos los relatos que llegaron a mis oídos.
Todo esto trascurre en Magno, un barcito situado en el barrio porteño de Caballito. Allí se encontraban los personajes principales de nuestra historia.
Con el fin de hacerlo más llevadero vamos inventarles nombre. Llamémoslos Savio, Jony, Corra y el Nono.
Los cuatro ocupan una mesa y se piden unos tragos para comenzar el día.
Se ponen a charlar y pasar el tiempo hasta que observan que a unos metros, sentadas en unos silloncitos, había unas 4 muchachas de aproximadamente 23 años quienes les arrojan un papelito y le hacen señas para que lo levanten.
Uno de ellos (digamos el Nono) insta a otro (digamos Savio) a levantarlo, pero éste, junto con otro de nuestros protagonistas (digamos Corra), debido a su afamada experiencia en tema mujeres, le contestan: “No, vos no sabés nada de esto. No podemos levantarlo así nomás”.
Entonces dejaron el papelito en el piso y volvieron a sus temas de conversación.
Luego de un largo rato, el papelito, pateado por varias personas que pasaron por el lugar, fue levantado por Corra, quien lo llevó a la mesa.
El papelito decía: “La de rulitos quiere un poco de eso”. Haciendo clara alusión a la bebida que tenía Savio.
Entonces ahí se originó la discusión en la mesa. Savio, Corra y el Nono querían contestar, pero Jony no. Pero luego de una pequeña disputa, Jony desistió ante la persistencia de los otros tres y se fue al baño a la vez que decía: “Bueno, hagan lo que quieran”.
Y lo que querían era seguir la joda respondiendo al mensaje. Y digo que era una joda porque ninguno estaba interesado realmente en “las viejas de 23”.
Y como si esto fuera poco, de las cuatro iniciales sólo quedaban dos, entre las que se encontraba la única que estaba a la altura de nuestros dos expertos (de ahora en más “la linda”), pero no se encontraba la de rulitos que era la que había iniciado todo.
Entonces en el mensaje a ser enviado escribieron un texto que realmente no viene al caso, aunque entre las frases se encontraba un: “¿Y la de rulitos a dónde se me fue?”.
Ahora venía la parte de la logística. Tenían que lograr que el mensaje llegue a destino.
Para esto, al igual que las chicas en la primera oportunidad, creyeron conveniente el envío por medio aéreo.
Lo segundo que debían evaluar era quién se iba a encargar de arrojar el mensaje los pocos metros que los separaban de las destinatarias. Una tarea complicada, sin lugar a dudas. Pero en este caso la votación fue unánime.
Por su reconocido pasado en el béisbol (o baseball, como quieran) el elegido fue Corra.
Entonces, aprovechando que las dos mujeres estaban desprevenidas, se puso firme, elevó el brazo, lo lanzó hacia atrás, estudió el aire y la velocidad y dirección del viento, y finalmente el papelito fue despedido con precisión milimétrica. O eso parecía.
El destino, claro está, debía ser cualquier lugar en la proximidad de las muchachas para que éstas lo pudieran levantar y leer, pero el lanzamiento del pitcher fue fallido; y el trayecto llegó a su fin precisamente EN EL OJO de “la linda”, quien giró en torno al lanzador y le echó una mirada fulminante que lo hizo añicos.
Las chicas nunca más siquiera amagaron a mirar para esa zona y nuestros galanes se tuvieron que meter en sus tragos hasta que salieron del bar.
Otra gran historia de las tantas que circulan por nuestros cien barrios porteños.
Aclaración: Todos los nombres de esta historia son inventados. Cualquier similitud con la vida real es mera coincidencia. Que al personaje de todas las historias graciosas lo llame Corra es otra mera coincidencia.